El truco.

Los detalles de qué pasó en aquella casa de citas no son agradables. Solo comentar que mi primer cliente fue "rarito" y a partir de ahí todos me parecían normales y agradables (aunque siempre hay excepciones).
Aprendí muchísimo en un par de meses y emprendí mi periplo casi en solitario, con una compañera a la que no le gustaba, como a mi, que alguien se quedara con la mitad del dinero que un señor pagaba por estar con ella.
Tenía un piso en pleno centro ideal para tener citas pero le daba miedo estar sola así que las dos nos estábamos haciendo un favor.
Me dijo que yo no estaba "resabiada", que se notaba que no tenía nada que ver con las otras chicas y que le parecía buena persona.
Ella era mayor que yo. Tenía treinta años, tailandesa, abogada, seis idiomas...bastante fea. Nunca dejó de sorprenderme la cantidad de clientes estupendos que tenía. Un día me dijo cual era el truco: mucho cariño y unos masajes orientales que hacía con su vagina.

Empecé a practicar, claro está.

PROSTITUTA.

Tenía veintipocos años, perdí mi trabajo por culpa de un novio celoso, mi experiencia de intercambio de sexo por dinero, regalos, viajes, restaurantes, etc...no fue mala. Quiero decir que no fue traumática. Así que pensé "¿por qué no?
Decidí leer la prensa. Aquellos anuncios en los que se necesitaban señoritas liberales. Visité algunos sitios y me gustó uno porque la señora que me atendió era culta y agradable (sí, he escrito culta) y porque estaba extremadamente limpio y bien decorado. Antes de encontrarlo, mi periplo por aquellos locales fue penoso; chicas que no tenían nada que ver conmigo, ni física ni intelectualmente, pisos sucios, "jefes" desagradables y grasientos que pretendían acostarse conmigo. En fin, de todo.
El caso es que aquel piso de paredes rojas que intentaba destilar buen gusto fue el que elegí.
Los precios eran altos así que pensé que solo irían señores adinerados, pulcros y educados. Me equivocaba.