El truco.

Los detalles de qué pasó en aquella casa de citas no son agradables. Solo comentar que mi primer cliente fue "rarito" y a partir de ahí todos me parecían normales y agradables (aunque siempre hay excepciones).
Aprendí muchísimo en un par de meses y emprendí mi periplo casi en solitario, con una compañera a la que no le gustaba, como a mi, que alguien se quedara con la mitad del dinero que un señor pagaba por estar con ella.
Tenía un piso en pleno centro ideal para tener citas pero le daba miedo estar sola así que las dos nos estábamos haciendo un favor.
Me dijo que yo no estaba "resabiada", que se notaba que no tenía nada que ver con las otras chicas y que le parecía buena persona.
Ella era mayor que yo. Tenía treinta años, tailandesa, abogada, seis idiomas...bastante fea. Nunca dejó de sorprenderme la cantidad de clientes estupendos que tenía. Un día me dijo cual era el truco: mucho cariño y unos masajes orientales que hacía con su vagina.

Empecé a practicar, claro está.

PROSTITUTA.

Tenía veintipocos años, perdí mi trabajo por culpa de un novio celoso, mi experiencia de intercambio de sexo por dinero, regalos, viajes, restaurantes, etc...no fue mala. Quiero decir que no fue traumática. Así que pensé "¿por qué no?
Decidí leer la prensa. Aquellos anuncios en los que se necesitaban señoritas liberales. Visité algunos sitios y me gustó uno porque la señora que me atendió era culta y agradable (sí, he escrito culta) y porque estaba extremadamente limpio y bien decorado. Antes de encontrarlo, mi periplo por aquellos locales fue penoso; chicas que no tenían nada que ver conmigo, ni física ni intelectualmente, pisos sucios, "jefes" desagradables y grasientos que pretendían acostarse conmigo. En fin, de todo.
El caso es que aquel piso de paredes rojas que intentaba destilar buen gusto fue el que elegí.
Los precios eran altos así que pensé que solo irían señores adinerados, pulcros y educados. Me equivocaba.

¡EN LA CAMA SE HABLA!

La historia con Alejandro fue un cuento de hadas.
Para mi, una chica de familia humilde, buena estudiante, trabajadora, que nunca tuvo una vida fácil, esta aventura con final, si no feliz, tranquilo, fue una burbuja maravillosa de sexo estupendo, los mejores restaurantes y hoteles, regalos que yo no podría haber comprado y conversaciones interesantísimas de las que aprendí mucho mientras cenábamos a la luz de las velas.
Eso por no hablar de que me sentía la mujer más bella, sensual y deseable del mundo cuando estaba a su lado. Además he de reconocer que esta sensación me ha acompañado desde entonces, ayudándome a sentirme segura en mis relaciones sexuales y/o emocionales con hombres.
Alejandro era un caballero. Y esas costumbres que quizás alguien pueda considerar anticuadas o machistas, como quitarme el abrigo, sentarse después que yo, abrirme todas las puertas incluida la del coche, negarse rotundamente a que cogiera peso, esas costumbres...nos gustan a las mujeres (a casi todas, por lo que yo sé).
El sexo era arrebatador, apasionado, descarado. Aprendí "latín". Aprendí que en la cama se habla, se pregunta y se responde, se contesta también con el cuerpo, con gemidos, con orgasmos.
El sabía que era un buen amante y yo tenía, según su opinión, un cuerpo para el deseo, bello, sexual y receptivo. Siempre con reacciones a sus caricias, a veces suaves y tiernas, a veces salvajes y duras.

Un día Alejandro desapareció y después de mi luto nació Verónica.

SOBRE EL PODER DEL DESEO.

Recuerdo cuando Alejandro me dijo que jamás había sentido un deseo tan incontrolable por una mujer.
Fué la primera vez que me sentí poderosa.
Venía a verme al trabajo.
Él era un señor de mediana edad que podía tener a la mujer que quisiera. Guapo, inteligente, tremendamente varonil y atractivo. Altísimo nivel socio económico.
Yo era más joven que ahora. Inexperta y con un millón de dudas.
Dije "no" a cenas, almuerzos, fiestas, eventos, cafés...
Me gustaba MUCHO pero hice caso a mi amiga cuando me dijo que solo quería meterse en mi cama; que, incluso si pensaba tener algo con él, le hiciese esperar.
Y esperó.
Hasta que un día me dijo: "¿qué tengo que hacer para que cenes conmigo? dime ¿qué quieres? ¿qué necesitas?"
Espeté un: "pues mira, como necesitar, necesito un coche", enfadadísima después de que el mecánico me diera un presupuesto realmente indecente por arreglármelo.
Sonrió y dijo: "vaya..."
A los tres dias entró por la puerta, me cogió la mano, puso en ella una llave y me dijo: "es tuyo", señalando la calle.
Abrí la boca y tardé unos segundos en cerrarla. Mi compañera de trabajo tardó unos minutos más en hacerlo.
Y ese día comenzó mi historia...